El último informe del Banco Central encendió las alarmas en el sistema financiero: la morosidad de los créditos a las familias alcanzó un nivel histórico en medio de un fuerte crecimiento del financiamiento al consumo.
Según los datos oficiales, los atrasos en el pago de tarjetas y préstamos personales llegaron al 6,8% en julio, la cifra más alta en más de una década. El aumento refleja el deterioro del poder adquisitivo de los hogares y la dificultad para sostener los compromisos asumidos, aun cuando la demanda de crédito sigue en expansión.
El fenómeno tiene un trasfondo claro: las familias, frente a la inflación y la pérdida de ingresos reales, acuden cada vez más al financiamiento bancario para cubrir gastos corrientes. De hecho, el stock de préstamos personales creció un 120% interanual, y el uso de tarjetas de crédito subió un 95% en el mismo período.
Expertos del sector señalan que el riesgo está en el desfasaje entre la mayor toma de deuda y la capacidad de repago. “Se trata de un círculo delicado: el consumo se sostiene gracias al crédito, pero al mismo tiempo crece la probabilidad de impagos”, advirtió un economista de una consultora privada.
El informe del BCRA también reflejó un aumento de la morosidad en los créditos hipotecarios y prendarios, aunque en menor medida. La cartera comercial, en tanto, mantiene un nivel más estable gracias a la recuperación de algunos sectores productivos.
Desde la banca advierten que la tendencia obliga a reforzar los controles y la política de otorgamiento de préstamos, mientras que los reguladores analizan posibles medidas para evitar que el sistema financiero quede expuesto a un escenario de mayor fragilidad.
En el mercado coinciden en que, aunque la liquidez bancaria sigue siendo sólida, el nivel de endeudamiento de las familias y la escalada de la morosidad son señales que no deben subestimarse.